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Revista de Ciencias Sociales

versión impresa ISSN 0797-5538versión On-line ISSN 1688-4981

Rev. Cien. Soc. vol.36 no.53 Montevideo  2023  Epub 01-Dic-2023

https://doi.org/10.26489/rvs.v36i53.7 

Artículo

Los cuidados comunitarios en tiempos de pandemia Producción social del hábitat y sostenibilidad de la vida en Córdoba (Argentina)

Community care in times of pandemic. Social production of habitat and sustainability of life in Córdoba (Argentina)

Cuidados comunitários em tempos de pandemias. Produção social do habitat e sustentabilidade da vida em Córdoba (Argentina)

1 Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Filosofía y Humanidades Email: majomagliano@unc.edu.ar

2CONICET. Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS) Email: sofi.arrieta@mi.unc.edu.ar


Resumen

El artículo analiza las dinámicas de funcionamiento de los espacios de cuidado comunitario en barrios sociosegregados de la ciudad de Córdoba, Argentina, a partir de considerar las estrategias de sostenibilidad de la vida que se despliegan en los procesos de producción social del hábitat. En un contexto de creciente precarización de la vida, agudizado por los efectos de la pandemia de COVID-19, propone que los espacios de cuidado comunitario expresan un saber hacer que se transmite generacionalmente y se vincula directamente con el territorio habitado y vivido. Con base en un trabajo de campo cualitativo con referentes de comedores comunitarios durante 2021 y 2022, reflexiona sobre la organización comunitaria como hacedora de las condiciones necesarias para generar una “habitabilidad” más digna.

Palabras clave: cuidado comunitario; sostenibilidad de la vida; producción social del hábitat; pandemia; Argentina

Abstract

This paper analyzes the way in which spaces of community care operate in relegated neighborhoods of the city of Cordoba, Argentina, by considering the strategies of sustainability of life that are deployed in the processes of social production of habitat. In a context of increasing precariousness of life, exacerbated by the effects of the COVID-19 pandemic, it proposes that community care spaces express a know-how that is transmitted generationally and is directly linked to the inhabited and lived territory. Based on a qualitative field work with people who work in community soup kitchens during 2021 and 2022, this paper reflects on how community organization generates the necessary conditions to create a more dignified “habitability”.

Keywords: community care; sustainability of life; social production of habitat; pandemic; Argentina

Resumo

Este artigo analisa a dinâmica do funcionamento dos espaços de cuidados comunitários em bairros socialmente segregados da cidade de Córdoba, Argentina, considerando as estratégias para a sustentabilidade da vida que são implantadas nos processos de produção social do habitat. Num contexto de crescente precariedade da vida, exacerbada pelos efeitos da pandemia da COVID-19, propõe que os espaços de cuidados comunitários expressam um know-how que é transmitido de geração em geração e que está diretamente ligado ao território habitado e vivido. Com base no trabalho de campo qualitativo com cozinhas comunitárias em 2021 e 2022, reflete sobre a organização comunitária como criadora das condições necessárias para gerar uma “habitabilidade” mais digna.

Palavras-chave: cuidados comunitários; sustentabilidade da vida; produção social do habitat; pandemia; Argentina

Introducción1

Este artículo se propone contribuir a la generación de conocimiento sobre la población sociosegregada de Córdoba, Argentina, a partir de reconstruir las estrategias comunitarias de sostenibilidad de la vida que se despliegan en contextos urbanos relegados. Con base en un trabajo de campo cualitativo de carácter colectivo desarrollado en espacios de cuidado comunitario, en especial comedores y merenderos, de nueve barrios populares localizados en diferentes zonas de la ciudad de Córdoba durante 2021 y 2022, se analizan las dinámicas heterogéneas de funcionamiento de esos espacios a partir de considerar sus especificidades territoriales en el marco de los efectos de la pandemia de COVID-19.

Los espacios de cuidado comunitario, que actúan muchas veces como una prolongación de las responsabilidades femeninas de cuidado en el ámbito del hogar (Zibecchi, 2022), hunden sus raíces en el territorio, pero no en cualquier territorio, sino en aquellos marcados por la desprotección, la precariedad, “estigmatizados y situados en lo más bajo del sistema jerárquico de los sitios que componen una metrópoli” (Wacquant, 2007, p. 18). En la Gran Córdoba, donde se realizó la investigación, las condiciones de pobreza y exclusión social afectan a un 40,4% de las personas y a un 29,2% de los hogares (INDEC, 2021), y es una de las regiones con peores indicadores socioeconómicos del país. Los datos de la organización social Techo para 2022 son elocuentes: en Córdoba hay unos 281 barrios populares, que incluyen a un total aproximado de 34.896 familias. Además de la carencia de documentación formal que avale la posesión de los terrenos, estos barrios -que tienen un promedio de 33 años desde su construcción- se caracterizan por la falta de acceso regular al servicio de energía eléctrica (66%), a la red de agua corriente (90%), a la red cloacal (97%) y a la red de gas natural (99%) (Techo, 2022). Es decir, se trata de espacios con deficiente acceso a servicios básicos, lo cual repercute en la calidad de vida de las poblaciones que allí residen.

Al igual que los barrios, los espacios de cuidado comunitario poseen larga data. Tal como señala Zibecchi (2022, p. 104), las organizaciones territoriales que proveen cuidados comunitarios en el contexto argentino constituyen un mapa muy heterogéneo, con diversas tradiciones, orígenes, grados de institucionalización y perfiles: religiosas, de la sociedad civil, autogestionadas por mujeres referentes de los barrios, de la economía popular -en particular, del sector de servicios sociocomunitarios-, entre otras.2 En Córdoba, particularmente, los espacios de cuidado comunitario están muy extendidos, en especial orientados a resolver la cuestión alimentaria en contextos de pobreza y relegación urbana. Esta expansión se vio acelerada por la pandemia de COVID-19 y los efectos del aislamiento, que ampliaron el número de asistentes. Esto significa que, en el marco del recrudecimiento de la crisis social y económica por la emergencia sanitaria, personas de diferentes edades que hasta ese momento no habían resuelto sus necesidades alimentarias en comedores y merenderos populares comenzaron a demandar la atención de estos espacios. Se trata de demandas relacionadas con la alimentación, pero combinadas con otras que se vinculan directamente a las particularidades históricas de cada uno de los barrios.

En un contexto de creciente precarización de las condiciones de vida de los sectores populares, partimos de la premisa de que la heterogeneidad de los espacios de cuidado comunitario en relación con sus lógicas de funcionamiento, demandas y vínculos con el Estado, expresan la propia historicidad de los territorios que los contienen, así como las diferentes estrategias de sostenibilidad de la vida que se despliegan. Esta categoría -la de sostenibilidad de la vida- es entendida aquí como el conjunto de tareas que hacen posible la continuidad de la vida, en términos humanos, sociales y ecológicos, y el desarrollo de condiciones estándares o calidad de vida aceptables para toda la población (Bosch, Carrasco y Grau, 2005, p. 322).

En torno a ello, el artículo se organiza en tres grandes apartados. En el primero se describe el marco conceptual y la estrategia metodológica que organiza el texto. En los dos siguientes nos centramos, en primer lugar, en analizar las particularidades territoriales de los barrios sociosegregados, recuperando la noción de producción social del hábitat (Di Virgilio y Rodríguez, 2013; Ortiz Flores, 2012, 2020) y su articulación con las estrategias de cuidado comunitario; y, en segundo lugar, en reconstruir las múltiples formas de “existir” de los espacios de cuidado comunitario, reparando, por un lado, en las continuidades generacionales que se establecen entre los espacios de cuidado comunitario y las personas que residen en las periferias urbanas, y, por el otro, en las consecuencias de la pandemia para estos espacios y sus vínculos con el Estado.

Los cuidados comunitarios en el centro: hacia un abordaje teórico-metodológico

La noción de cuidados adquirió una renovada centralidad en el contexto de la pandemia,3 no solo por la sobrecarga de las tareas de cuidado que las mujeres afrontaron en los contextos familiares, puesto que el hogar se convirtió en un “lugar total”, sino también porque “cuidarnos” y “cuidar a otros” se volvió un imperativo político. Ese imperativo abarcó, además del ámbito familiar, el universo de los sectores populares y el contexto barrial en su conjunto. Tan es así, que quienes estaban al frente de comedores y merenderos en los barrios sociosegregados fueron considerados “personas afectadas a trabajos esenciales” al inicio de la pandemia (República Argentina, Presidencia, 2020, art. 6, inciso 8).4

La pandemia de COVID-19, tal como señalan Martínez-Buján y Vega Solís (2021, p. 4), puso de relieve “la necesidad de reorganizar los esquemas de bienestar y cuidados a través de una distribución más equitativa de la provisión y la atención social entre la familia, el Estado y el mercado pero sin obviar el relevante valor del polo comunitario”, que, en las periferias urbanas, cumple un papel fundamental en la sostenibilidad de la vida. De modo que, en un contexto de agudización de los índices de pobreza y exclusión social, lo comunitario -o “la capacidad práctica que tienen las poblaciones para cooperar entre ellas” (Gutiérrez Aguilar, 2008, p. 35)- adquirió mayor trascendencia en los intentos por mitigar las consecuencias de la emergencia sanitaria en los sectores populares. De hecho, según un mapa social elaborado por la Municipalidad de Córdoba, para octubre de 2021 se registraron 982 comedores y merenderos en la ciudad, aunque su número podría superar los 1500 (Suppo, 2021).

A pesar de que los estudios sobre los cuidados comunitarios en Argentina han ganado visibilidad recién en los últimos años, se trata de una actividad que posee un extenso recorrido. En el contexto local, distintas investigaciones se ocuparon de analizar diferentes dimensiones involucradas en los cuidados comunitarios, desde las lógicas de inserción en la actividad hasta los significados que las mujeres les otorgan a las actividades que realizan (véase Ierullo, 2013; Sciortino, 2018; Zibecchi, 2014, 2015). Otros estudios apuntaron a reconstruir las acciones de cuidado dentro de los principales programas de transferencias de ingresos en Argentina (Pautassi y Zibecchi, 2010) y la autopercepción que las trabajadoras comunitarias tienen en relación con la labor que desarrollan en territorios fuertemente vulnerabilizados (Fournier, 2017). En otra investigación, Zibecchi (2018) examina las prácticas de mediación de las mujeres que intervienen en los espacios de cuidado comunitario, que ocupan un lugar central en el enraizamiento de la política en los territorios. En los últimos años, además, emergieron un conjunto de trabajos que indagan en las particularidades de la participación de mujeres migrantes en espacios de cuidado comunitario en Argentina y en la forma en que el cuidado comunitario incide en los proyectos migratorios (Gavazzo y Nejamkis, 2021; Magliano, 2018; Rosas, 2018) y resulta una expresión del ejercicio de la ciudadanía (Magliano y Perissinotti, 2021; Magliano y Arrieta, 2021). Finalmente, la mayor presión ejercida sobre los espacios de cuidado comunitario en el contexto de la pandemia se ve reflejada en la proliferación de estudios más recientes que abordan esta cuestión (Aliano, Pi Puig y Rausky, 2022; Sanchís, 2020; Zibecchi, 2022).

El análisis del cuidado comunitario y su expansión durante la pandemia implica considerar y reconstruir las formas que adquieren aquellos procesos de aprovisionamiento y reproducción social que no pasan estrictamente por los mercados, los cuales suelen recaer sobre las mujeres. Es en ese sentido que los aportes teóricos de la economía feminista se tornan relevantes. Como advierte Pérez Orozco, esta perspectiva permitió sacar “a la luz el trabajo no remunerado, con lo que se amplía mucho el mundo del trabajo”, haciendo emerger “una esfera de actividad económica (más oscura) que antes no se veía y donde las mujeres han estado históricamente presentes” (2014, p. 61). La categoría de sostenibilidad de la vida se destaca como un aporte de la economía feminista para ampliar la discusión sobre el papel de las mujeres y del trabajo de cuidado que ellas realizan, tanto remunerado como no remunerado, representando “un proceso histórico de reproducción social, dinámico y multidimensional de satisfacción de necesidades que requiere de recursos materiales, pero también de contextos y relaciones de cuidado y afecto” (Carrasco, 2009, p. 183; véase también Carrasco, 2016). Se trata, en definitiva, de una categoría que apunta a poner en valor los “circuitos de producción para hacer posible la vida en las ciudades” (Quiroga Díaz y Gago, 2018, p. 87).

Con base en estas consideraciones, el presente artículo repara en las voces de quienes se ocupan a diario de comedores y merenderos, a partir de un trabajo de campo cualitativo basado en entrevistas semiestructuradas. Se realizó un total de nueve entrevistas en espacios de cuidado comunitario de nueve barrios sociosegregados de Córdoba. Se seleccionaron barrios localizados en distintos puntos geográficos de la ciudad y que cuentan con trayectorias espaciales diferenciadas. Para esto, se realizó una estratificación de la ciudad a partir de medidas de estadística espacial, que permitió identificar las “zonas de segregación” en el espacio geográfico de la ciudad de Córdoba (Boito, Huergo y Acosta, 2023). Con la mirada puesta en la investigación marco, se tomó como criterio la segregación residencial como “el grado de proximidad espacial o de aglomeración territorial de las familias pertenecientes a un mismo grupo social, sea que este se defina en términos étnicos, etarios, de preferencias religiosas o socioeconómicas” (Sabatini, Cáceres y Cerda, 2001, p. 27). A su vez, atender a trayectorias espaciales diferenciadas implicó considerar barrios que surgieron en distintos momentos históricos (algunos datan de la segunda mitad del siglo XX, como Villa El Libertador, mientras que otros surgieron durante la primera década del siglo XXI, como Ampliación Nuestro Hogar III) y que tuvieron diferentes recorridos en el acceso a la propiedad de los terrenos y a los servicios públicos. En su conjunto se trata de espacios con deficiente acceso a agua corriente, a luz eléctrica regular, a cloacas y a gas natural.

Cuadro 1 Los comedores comunitarios de la muestra5  

Fuente: Elaboración propia con base en la investigación cualitativa realizada.

Las entrevistas se orientaron a reconstruir diferentes dimensiones del funcionamiento del espacio de cuidado comunitario. A priori, apuntaban a recabar información sobre dos cuestiones centrales: la organización de las tareas tendientes al sostenimiento del comedor/merendero y los cambios que introdujo la pandemia; y las estrategias alimentarias desplegadas en contextos de escasez y precariedad. Sin embargo, en el desarrollo del trabajo de campo otras dimensiones emergieron como relevantes para quienes se ocupaban de los comedores comunitarios, tales como las motivaciones detrás de la apertura de esos espacios, la ampliación de las necesidades de cuidado que se van cubriendo y los diferentes vínculos que sus referentes entablan con el Estado. De las nueve entrevistas, siete fueron grupales (de dos a seis personas) y dos individuales (véase cuadro 1). En las grupales participó el conjunto de personas que diariamente se ocupa del comedor/merendero, mientras que en las individuales solo la persona referente del espacio. Las entrevistas duraron un promedio de hora y media y, en todos los casos, se realizaron en el lugar donde funciona el comedor o merendero. La mayoría de los espacios de cuidado comunitario (ocho de los nueve) se encuentran encabezados por mujeres, que son a la vez referentes barriales, en el marco de la extendida feminización de las actividades de cuidado. Sin embargo, los varones han ampliado su participación en los últimos años. De hecho, tres de los nueve espacios cuentan con la intervención cotidiana de varones en los distintos roles que el trabajo comunitario requiere.

Como el cuadro 1 también indica, todos los comedores y merenderos populares con los que se trabajó fueron creados antes del contexto de la pandemia, en diferentes momentos del siglo XXI. Esto implica realizar una primera distinción vinculada a los recorridos de estos espacios, que a su vez guarda relación con las trayectorias de los propios barrios. Tres de los nueve comedores/merenderos, ubicados en los barrios Villa El Libertador, Cooperativa Familias Unidas y Residencial San Roque, surgieron en el transcurso de la primera década de este siglo. Si bien se torna necesario resaltar que existe una larga tradición del cuidado comunitario en las periferias urbanas de la Argentina, la crisis de 2001 agudizó la expansión de los comedores y merenderos populares. Esta crisis supuso no solo la caída de la Ley de Convertibilidad vigente desde comienzos de los años noventa, que equiparaba el peso argentino al dólar estadounidense, sino que principalmente erosionó la legitimidad del modelo neoliberal que había sofocado, en términos sociales y económicos, a amplias mayorías de la población.6 Los seis restantes abrieron sus puertas en el transcurso de la década pasada, como estrategia de subsistencia frente a la profundización de las desigualdades en Argentina, que se ve reflejada en el aumento de los índices de pobreza (que en Córdoba, como se indicó anteriormente, supera el 40%). En su conjunto, el corpus reunido repone las voces de aquellas personas que “ponen el cuerpo” día a día para sostener la vida en contextos de profunda vulnerabilidad.

Producción social del hábitat y cuidado comunitario: enlaces para pensar la sociosegregación urbana

Los espacios de cuidado comunitario surgen como una respuesta situada a las necesidades y la historicidad territoriales, en el marco del resquebrajamiento y la debilidad de los modos tradicionales de atender las demandas de cuidado. Se trata de espacios “territorializados”, es decir, con vínculos estrechos con el espacio habitado en tanto expresión de formas de producción social del hábitat. En este sentido, entendemos que los procesos de producción social del hábitat implican aquellas acciones generadoras de “espacios habitables, componentes urbanos y viviendas que se realizan bajo el control de autoproductores y otros agentes sociales que operan sin fines de lucro” (Ortiz Flores, 2012, p. 34). Además de describir una modalidad de acceso al espacio urbano, este concepto intenta señalar la enorme capacidad de los sectores populares para autoproducir no solo sus viviendas, sino también sus barrios y la ciudad (Di Virgilio y Rodríguez, 2013, p. 11).

Desde esta perspectiva, la creación de espacios de cuidado comunitario forma parte de aquellas “actividades que convergen en los procesos complejos de habitar un territorio” (Ortiz Flores, 2020, p. 16), es decir, espacios para atender necesidades inmateriales de los habitantes y desde donde puedan emerger nuevas formas de agencia para procesos colectivos (Ossul-Vermeheren, 2018). Como parte de los procesos que involucran la producción social del hábitat, los trabajos de cuidado comunitario que se llevan adelante en los comedores y merenderos resultan ser una de las herramientas con las que cuentan quienes habitan las periferias urbanas -tanto en términos espaciales como simbólicos- para hacer posible la vida, o al menos intentarlo.

Es preciso remarcar que los territorios en los cuales encuentra asidero la organización comunitaria de los cuidados constituyen territorios sociosegregados donde confluyen múltiples carencias: en la mayor parte de los casos no cuentan con todos los servicios básicos, presentan distintos problemas de infraestructura y las poblaciones que allí residen solo acceden a una inserción marginal y precaria al mercado de trabajo. De modo que, en paralelo a la necesidad de hacer “habitables” esos territorios, se encuentra también la urgencia de dar respuestas colectivas a las restricciones vinculadas con la subsistencia diaria. Tan es así, que en gran parte de los barrios donde se realizó el trabajo de campo la creación de espacios de cuidado comunitario, como comedores, acompañó el devenir de los propios territorios en un vínculo inseparable entre producción social del hábitat y sostenibilidad de la vida.

En la diversidad de espacios que visitamos, los comedores responden a las particularidades históricas de sus barrios y de sus poblaciones; este es el caso de Edith, quien logró que el comedor se convierta además en una panadería, cuyas trabajadoras son mujeres que se encuentran en un refugio por haber sufrido violencia de género:

tenemos una casa que va a ser…, es la casa de una mujer, pero es la casa de todos; pero también va a ser una casa refugio. (…) Esta panadería no solamente es para hacer plata; esta panadería es para incorporar a las mujeres de violencia de género. (Edith, comedor Creciendo Juntos)

También es el caso de Dante, quien lleva adelante un espacio comunitario que empezó como merendero y actualmente es el lugar donde los y las jóvenes del barrio se reúnen a pasar el día sin que la policía los lleve detenidos,7 realizan ciclos de cine, tienen apoyo escolar, dictan talleres de manualidades, entre otras actividades. Tanto en estos relatos como en todo el corpus de entrevistas con el que trabajamos, surgen de modos muy diversos las acciones en pos de hacer “habitable” el barrio. Estas prácticas, consciente o inconscientemente, resisten, desafían o afirman ciertas relaciones y formas del “cómo habitar” (Ossul-Vermeheren, 2018), y es ahí donde radica su relevancia, en especial porque las actividades que allí se despliegan desbordan la cuestión alimentaria.

Dijimos: “¿por qué no hacemos una copa de leche?”, y ya una copa de leche nos llevó más allá, y más allá, porque es como que nos incentivábamos cada día más, hasta que surgió todo lo del espacio. (…) Un día dijimos no estar tanto en la plaza, sino que en un lugar más privado de cosas. Por ejemplo, el apoyo escolar no podía darlo en la plaza, porque los chicos se dispersan. Entonces dijimos: “bueno, vamos a abrir nuestra casa”. (…) También fue un espacio de contención para los niños porque muchas de las mujeres tenían que salir a trabajar y eran madres solteras, entonces los chicos estaban todo el día en la calle. Entonces, lo del apoyo escolar, si bien servía para los chicos, pero también fue una excusa para traerlos de la calle. (Dante, comedor Sembrando Futuro)

La pandemia de COVID-19 y las medidas adoptadas para combatirla -como el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO), el Distanciamiento Social Preventivo y Obligatorio (DISPO) y la instalación contingente de “cercos sanitarios” - significaron una hendidura en el flujo de la vida cotidiana, acentuando no solo los altos niveles de vulnerabilidad de las poblaciones que residen en estos barrios, sino también la indispensabilidad de los espacios de cuidado comunitario. Partiendo de la premisa de que el ASPO operó sobre un entramado urbano desigual (Segura y Pinedo, 2020), nuestros interlocutores e interlocutoras se desempeñaron en la primera línea de estos espacios, desplegando un conjunto de prácticas tendientes a atenuar los efectos del aislamiento en sus comunidades, las cuales se vieron particularmente afectadas por la precariedad que distingue sus trayectorias laborales. Graciela, del comedor Caritas Felices, fue contundente al respecto: “el 2020 fue durísimo (…) Tuvimos que cortar gente, que acá más no podemos”. Además, en la entrevista resaltó que “por la cantidad de gente” no podían trabajar dentro del comedor, entonces lo hacían afuera. Y agrega: “uno usaba barbijo, otro no usaba barbijo. Estábamos muy expuestas nosotras al contagio” (Graciela, comedor Caritas Felices), dando cuenta de otro de los factores que afectaron profundamente los habitares de los sectores populares: las intensidades y modalidades variables de la percepción del riesgo y los contagios. De esta forma, la pandemia vino no solo a reforzar y a hacer visible la importancia del cuidado comunitario, sino también el modo en que los referentes barriales pusieron literalmente el cuerpo para sostener la vida en contextos de alta vulnerabilidad social.

Es que la producción social del hábitat no se detuvo durante la pandemia, de hecho se intensificó, contribuyendo a que la vida continuase y fuese “vivible”, con las restricciones que la pandemia, el ASPO y los contagios imponían día a día. Es la escala barrial la que ocupa un lugar decisivo para las poblaciones sociosegregadas urbanas, en tanto “significante para la vida cotidiana, para ese tejido social que es necesario reanudar potenciando solidaridades” (Falú, 2020, p. 30). Ya no se trataba de “quedarse en casa”, sino más bien de “quedarse en el barrio” (Segura y Pinedo, 2020). Y, para ello, los espacios de cuidado comunitario cobraron una nueva centralidad, tanto por la mayor demanda de atención -volveremos sobre esto en el próximo apartado- como por su reconfiguración en el concierto del barrio como lugar “habilitado”. Para esto, más allá de cubrir las necesidades básicas de alimentación, los comedores y merenderos reforzaron su rol de centros de referencia anclados en el territorio, respondiendo y canalizando las demandas de la comunidad.

Ahora bien, considerando lo expuesto se vuelve necesario revisitar los términos en los que pensamos la pandemia y sus impactos en las formas de habitar, dado que, aunque se trata de un proceso que afectó a todos los sectores sociales, fue vivida diferencialmente. En lugar de hablar de la pandemia solo como un acontecimiento disruptivo, es más pertinente caracterizarla como un proceso en el que se entrelazan múltiples agencias que se despliegan sobre un escenario preexistente heterogéneo y desigual, involucrando temporalidades variadas, escalas diversas y efectos situados (Segura y Pinedo, 2022). Entonces, si el contexto pandémico vino a demostrar las profundas desigualdades urbanas que caracterizan a las ciudades argentinas y las densas interconexiones sociales en las que habitamos (Segura et al., 2022), también develó el rol vital de los espacios de cuidado comunitario para la producción social del hábitat.

Las formas de “existir” del cuidado comunitario

El saber hacer generacional del cuidado comunitario en contextos sociosegregados

Como venimos proponiendo, la heterogeneidad que distingue a los contextos urbanos sociosegregados se manifiestan en una diversidad de “formas de existir” de los espacios de cuidado comunitario, anclada en la propia historia de los barrios y de las personas que los conforman. Esa heterogeneidad, sin embargo, se despliega sobre un aspecto en común que los atraviesa: las continuidades generacionales que los habitantes de las periferias urbanas establecen con los espacios de cuidado comunitario con base en un saber hacer reproducido y sostenido en el tiempo. En la gran mayoría de los casos, es un saber hacer feminizado, considerando que un amplio número de los espacios de cuidado comunitario son manejados por mujeres como parte de sus responsabilidades en torno a los cuidados familiares no remunerados (Aliano, Pi Puig y Rasuky, 2022; Zibecchi, 2014, 2022). No obstante ello, esa transmisión intergeneracional involucra también a algunos varones. Esto se explica, principalmente, por las serias dificultades con las que se topan cada vez más sectores de la población para encontrar alternativas de subsistencia por fuera de los barrios urbanos sociosegregados.

La larga tradición del cuidado comunitario en Argentina está en la base de la existencia y reproducción de estos espacios. Si bien los comedores y merenderos más antiguos que formaron parte de la muestra no superan los veinte años, las personas que los sostienen a diario e incluso quienes los crearon cuentan con experiencia de primera mano a partir de sus propios recorridos familiares y sus vínculos desde temprana edad con los espacios de cuidado comunitario. “Toda mi vida vivimos en una villa y yo veía a mis tías que siempre estaban metidas en los comedores y me encantaba, siempre me gustó, hasta que cuando fui grande y dije yo: ‘¿por qué no?’” (Beatriz, comedor Nuevo Amanecer). La continuidad generacional que traza Beatriz con los comedores y merenderos revela las persistentes limitaciones que han encontrado los sectores populares para asegurar la sostenibilidad de la vida. “Toda la vida fuimos a comedores, somos doce hermanos, entonces veníamos de comedor en comedor”, resaltó Graciela, referente de Caritas Felices, cuando fue consultada sobre la motivación para abrir un comedor en su casa. Algo semejante le sucedió a Dante, el referente del comedor Sembrando Futuro:

Cuando era niño, me crie en un espacio que era el centro cultural. De hecho, el comedor que armamos, también fue porque yo cuando era niño iba a un comedor. Y cuando yo entré a ese espacio, me di cuenta que no era solo una merienda, sino que era un espacio de contención. (Dante, comedor Sembrando Futuro)

Las experiencias de primera mano de las personas que “ponen el cuerpo” para que los comedores y merenderos funcionen no se agotan solo en ellas, sino que abarcan también a quienes asisten a estos espacios. Tal como señala Marisel, del comedor Arcoíris, “empezaste vos por tus hijos y ahora vienen tus hijos a buscar para sus hijos. Y así. Generaciones” (Marisel, comedor Arcoíris). La cuestión generacional, que refiere a un orden de tiempo en función de las edades y de las relaciones sociales de los sujetos (Gavazzo, 2014), pone de relieve una dimensión insoslayable: las dificultades que encuentran las familias de sectores populares para generar procesos de movilidad social ascendente. Se trata de varias generaciones alimentadas en comedores y merenderos populares. Es más, se calcula que

en el 78% de los barrios populares, las nuevas generaciones tienden a quedarse en el barrio, ya sea en la vivienda de sus padres, en una nueva vivienda en el mismo terreno, o asentándose en otro terreno dentro del mismo barrio. (Arrastúa, Alonzo y Pérez, 2019, p. 2)

Ese mismo estudio señala que quienes logran mudarse son “los/as jóvenes que tienen un trabajo formal que garantice la estabilidad económica para asumir los nuevos gastos” (Arrastúa, Alonzo y Pérez, 2019, p. 6). Sin embargo, en estos barrios el trabajo formal escasea. Ni nuestras interlocutoras ni sus familiares habían podido obtener un trabajo formal a lo largo de su trayectoria laboral. Por lo tanto, son remotas las posibilidades de “salir” de las periferias urbanas a partir de contar con credenciales suficientes que permitan acceder a otros espacios de la ciudad.

Las redes de solidaridad que se activan en el interior de los barrios a partir de un saber hacer vinculado a los cuidados comunitarios que se transmite generacionalmente se asienta en una idea de necesidad.

Con mi marido decíamos, mirá, tienen hambre los chicos o se sentían mal, les dolía la panza, entonces optamos con un grupo de amigas y mis hermanas a tomar la decisión de que íbamos a hacer una copa de leche. (Beatriz, comedor Nuevo Amanecer) Y esto no se reduce solo a la cuestión de la alimentación. Cada espacio que nosotros fuimos abriendo fue en base a la necesidad que estábamos viendo. Por ejemplo, lo del ropero comunitario se habló porque un día viene un chico que le dolían los pies; le digo yo: “a ver mostrame la Crocs, a ver cómo la tenés”, cuando la doy vuelta tres huecos así tenía. Entonces, veíamos chicos que venían desnudos, pero así y en pleno invierno (…) Cuando se abre el apoyo escolar, también fue eso, de decir: “bueno, la mamá ya hace un montón de cosas en la casa”, necesita como también, que también fuimos tomando como espacios, donde la familia pudiera salir de la casa y despejarse de cosas; porque, por ejemplo, el niño o la niña, hacíamos esto del apoyo escolar, de los juegos didácticos, de todas las cosas. (Dante, comedor Sembrando Futuro)

En escenarios de múltiples carencias, agudizadas por la emergencia sanitaria por el COVID-19, las estrategias que apuntan a sostener la vida se diversifican, involucrando roperos y guarderías comunitarias, apoyo escolar y actividades de recreación, tal como relata Dante. En este sentido, la pandemia no solo trastocó las formas de sostenimiento de comedores y merenderos, sino que además incrementó la demanda de atención, obligando a poner en práctica estrategias creativas que permitiesen dar continuidad a los espacios. Para llevar adelante el conjunto de tareas y actividades que se desenvuelven desde los espacios de cuidado comunitarios, las ayudas estatales se vuelven indispensables. No obstante, como veremos en el próximo apartado, el Estado en sus diferentes escalas ha mantenido una presencia diferenciada e intermitente no solo en lo referente al espacio de cuidado comunitario, sino también al barrio en su conjunto.

El impacto de la pandemia en los comedores comunitarios y las presencias/ausencias del Estado

En todos los comedores y merenderos involucrados en esta investigación el número de personas que requirieron asistencia alimentaria aumentó durante el contexto pandémico. “Gente que nunca había pedido ir al comedor, empezó a buscar comida. Porque había gente que tenía trabajo y que no trabajó más. Ni la empleada doméstica ni la changa ni nada”, relataba Marisel, del comedor Arcoíris. La pérdida de trabajo -que ya era informal y precario- producto de los efectos de la emergencia sanitaria se sintió de manera inmediata en los comedores y merenderos y la recomendación “quedate en casa” no alcanzaba a una población que no contaba con una vivienda digna ni con ingresos regulares.

Las personas encargadas de los espacios de cuidado comunitario se vieron desbordadas por una demanda que no mermaba. El comedor Arcoíris, por ejemplo, pasó de 400 a 500 personas a fines de 2020. Algo similar sucedió en Creciendo Juntos, que pasó de 60 a más de 100 personas, y en Huellas de Amor. Este aumento de quienes demandaron la atención de los comedores y merenderos no se vio acompañado por una ampliación de los recursos, ya de por sí escasos, ni tampoco por un aumento de la cantidad de personas abocadas a ese trabajo. Esto derivó en una sobrecarga laboral para las y los referentes comunitarios, quienes debieron incrementar la cantidad de horas dedicadas al cuidado comunitario (las cuales se sumaron, para el caso de las mujeres, a las horas que les insumía la organización del cuidado familiar, del que son responsables principales).

En contextos que combinan mayor demanda con restricciones y escasez, se las ingeniaron para mantener activos los espacios de cuidado comunitario, en un marco de temor a los contagios, lo cual se vio condicionado por los adelgazados recursos con los que contaban para funcionar. Esto derivó en una reorganización de los esquemas de cuidado comunitario: en algunos casos -y por la falta de alimentos- se tomó la decisión de abrir el comedor o merendero menos días a la semana; en otros -debido a las condiciones de precariedad habitacional- se optó por entregar viandas a las personas asistentes al comedor/merendero. En estos comedores y merenderos, además, debieron ajustar el menú (siempre reducido) a las escasas opciones existentes. Estas definiciones se basaron en la disponibilidad de recursos para su funcionamiento, recursos que, principalmente, se nutren de los aportes heterogéneos que realiza el Estado, ya sea municipal, provincial o nacional.

Una de las cuestiones que la investigación muestra es que el Estado se hace presente de diversas maneras y con diferentes intensidades en los contextos urbanos sociosegregados (ver en el cuadro 1 el conjunto de programas y políticas sociales activos en los espacios sociocomunitarios). Se trata de la convivencia de políticas de alcance local, como la tarjeta de compra activa implementada por la Municipalidad de Córdoba para los comedores y merenderos, con otras de carácter nacional orientadas tanto a los espacios (por ejemplo, las ayudas directas del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación) como a las personas que allí trabajan a través del Potenciar Trabajo.

Es importante remarcar que no todos los espacios de cuidado comunitario cuentan con los mismos recursos. Esto depende de cuestiones como la capacidad y voluntad de los y las referentes barriales para generar vínculos políticos con distintos actores sociales y agentes estatales que faciliten esos recursos y de las propias burocracias que restringen y limitan el acceso a los distintos programas y políticas sociales. En general, los comedores y merenderos que reciben más recursos del Estado, tanto a través de ayudas directas como de los programas y políticas sociales para las personas que allí trabajan, son aquellos que mantienen vínculos más estrechos con organizaciones sociales. Por el contrario, aquellos espacios que no cuentan con estos vínculos se sostienen principalmente por medio de donaciones que reciben de particulares, lo que los vuelve más inestables y con más limitaciones para su funcionamiento. Tal como señaló la referente del comedor Caritas Felices con relación a una donación periódica que reciben mensualmente de un particular, “el día que él se vaya, lo vamos a ver bien negro nosotros”.

De modo que desde los comedores se busca poder acceder a aquellos fondos públicos que garanticen, aunque sea mínimamente, su continuidad en el tiempo. Sin embargo, esta no es una tarea sencilla, ya que se requiere de un entrenamiento y una cierta experticia por parte de las personas referentes, no solo para acceder a ellos, sino también para sostenerlos en el largo plazo (por ejemplo, transitar los engorrosos procesos de rendición de los subsidios recibidos), lo cual resulta fundamental para la pervivencia de los espacios.

Consideraciones finales

Los comedores comunitarios localizados en las periferias urbanas de Argentina, transformados en termómetros privilegiados de los efectos sociales de la pandemia, son una muestra de las múltiples estrategias de sostenibilidad de la vida que se despliegan en los procesos de producción social del hábitat. Estrategias que proponen un saber hacer que se transmite generacionalmente y se vinculan directamente con el territorio habitado y vivido.

Ese territorio, cada uno con sus especificidades históricas, se vincula con las respuestas que los espacios de cuidado comunitario dieron -y continúan dando- a las demandas de una población caracterizada por la sociosegregación urbana y atravesada por condiciones de vida precarias, acentuadas en el marco de la pandemia. En este despliegue de estrategias por continuar sosteniendo la vida y produciendo un hábitat digno, nuestros interlocutores e interlocutoras no escatiman en acciones más o menos improvisadas para asegurar una respuesta en espacios a los que el Estado llega de una forma “economizada” (De Marinis, 2011).

Las presencias/ausencias estatales en los barrios urbanos sociosegregados impactan directamente en los modos de existencia y reproducción de los comedores comunitarios, anclados en las trayectorias propias de los barrios y de las personas que los conforman. De la reconstrucción de esas trayectorias emerge una constante: son lugares -los barrios y también los comedores- por los que transitan generaciones y generaciones de personas pertenecientes a los sectores populares. Si bien los espacios que visitamos datan de las últimas dos décadas, hay un saber hacer heredado que trasciende a su existencia; es decir, la mayoría de quienes se encargan de las tareas propias del comedor -en el rol de trabajadoras y trabajadores-, así como quienes asisten para asegurar la subsistencia familiar, han transitado a lo largo de su vida por espacios de cuidado comunitario. Recogiendo los relatos de las entrevistas, advertimos que este saber hacer transmitido generacionalmente se corporiza en una diversidad de estrategias de sostenibilidad de la vida, que implicaron su máximo despliegue en el contexto de la pandemia. Este devenir generacional no hace más que poner en evidencia las dificultades a las que se enfrentan las poblaciones sociosegregadas para generar formas de movilidad social ascendente, las cuales están atadas al hecho de conseguir estabilidad laboral para costear una vida “fuera del barrio”.

El gran desafío del contexto pandémico para trabajadores y trabajadoras comunitarios fue gestionar la precariedad -que se presentaba como condición preexistente- y mantener activos los espacios de cuidado. Signados por la yuxtaposición de carencias a las que hicimos referencia en este estudio y por la heterogeneidad de realidades territoriales en las que se asientan, los comedores y merenderos se erigieron como espacios fundamentales para sostener la vida. Una vez más, la respuesta de la organización comunitaria se presenta como hacedora de las condiciones necesarias orientadas a alcanzar una “habitabilidad” más digna para las poblaciones relegadas.

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Contribución de autoría Este trabajo fue realizado en partes iguales por María José Magliano y Sofía Arrieta.

Nota María José Magliano: Doctora en Historia por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Investigadora independiente del CONICET en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS) y profesora de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Sofía Arrieta: Licenciada en Historia por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Becaria doctoral del CONICET en el CIECS.

Disponibilidad de datos El conjunto de datos que apoya los resultados de este estudio no se encuentra disponible.

1 Este artículo se desarrolló en el marco del Proyecto Unidad Ejecutora “Población sociosegregada, calidad de vida y espacio urbano en Córdoba”, dirigido por la Dra. Vanina Papalini y financiado por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (2017-2022).

2Es importante destacar que si bien la mayoría de quienes trabajan en estos espacios son mujeres, en la investigación desarrollada nos encontramos también con varones, tanto actuando de referentes de los espacios como participando en las actividades diarias vinculadas a su funcionamiento.

3En términos generales, los cuidados remiten al conjunto de actividades que se realizan para el sostén cotidiano de la vida humana en el marco de dos dimensiones centrales: las disposiciones y motivaciones ético-afecticas, y las tareas concretas de la vida diaria (Vega y Gutiérrez-Rodríguez, 2014). Su histórica invisibilidad y su configuración como “no trabajo” han sido ampliamente cuestionadas en diferentes investigaciones (véase Borgeaud-Garciandìa, 2017; Hirata y Kergoat, 2007; Molinier y Legarreta, 2016; Murillo, 2006; Torns, 2008; Tronto, 2002; entre muchas otras). Como señala Arango Gaviria (2011, p. 96), la invisibilidad de los trabajos de cuidado ha estado estrechamente ligada a la naturalización de estas actividades como propias de las mujeres. La distribución desigual de tareas de cuidado, desde este argumento, no puede pensarse por fuera de las relaciones de dominación: relaciones asimétricas entre varones y mujeres, pero también entre clases y “razas” (Molinier y Legarreta, 2016, p. 6). El cuidado comunitario sigue esta misma lógica. Se trata de un trabajo no necesariamente reconocido como tal, especialmente feminizado y poco valorado socialmente.

4De acuerdo al Registro Nacional de Comedores y Merenderos Comunitarios (ReNaCom), comedor comunitario es “aquel espacio físico que brinda asistencia alimentaria gratuita a personas en situación de vulnerabilidad social al menos 3 días a la semana (…) sin perjuicio de la modalidad de entrega de viandas. Un merendero comunitario, por su parte, es “aquel espacio físico que brinda asistencia alimentaria gratuita a personas en situación de vulnerabilidad social, elaborando alimentos y sirviendo principalmente desayuno y/o merienda, y/o copa de leche; sin perjuicio de la modalidad de entrega de viandas” (República Argentina, Ministerio de Desarrollo Social, s. f., ReNaCom).

5Vale aclarar que los nombres de todas las personas entrevistadas y de los comedores fueron modificados para preservar su anonimato.

6Para profundizar sobre este tema, véase Gago (2014), Dávalos y Perelman (2005), Svampa (2005), entre muchos otros estudios.

7Si bien el Código de Faltas de la provincia (que contemplaba la “conducta sospechosa” y el “merodeo” como causales de detención) fue modificado, el nuevo Código de Convivencia aún conserva numerosos artículos que violan las garantías fundamentales, incluso se presentan pequeños cambios, pero se mantiene la vulneración de derechos con la excusa de la prevención del delito (Zivelonghi, Rodríguez y Marini, 2017). En este marco, las detenciones arbitrarias continúan.

Nota Aprobado por Paola Mascheroni (editora responsable)

Recibido: 21 de Noviembre de 2022; Aprobado: 22 de Marzo de 2023

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